Se acerca el cuadragésimo aniversario de Felipe de Borbón y la Casa Real ha obsequiado al pueblo español con una serie fotográfica que ilustra la modesta vida en familia de los únicos candidatos a la Jefatura del Estado. Las imágenes nos presentan el lado humado de los Príncipes que, como es sabido, son Príncipes por la legitimad que les otorga el mismísimo Derecho Divino primero, la tradición después y, finalmente, en lo terrenal, la Constitución.
La Casa Real se ha equivocado porque, con la difusión de estas fotografías no ha hecho más que confirmar que Don Felipe y Doña Letizia no son de este mundo, es decir, que no son como el resto de los españoles. Porque las fotografías muestran escenas que difícilmente se puedan reproducir en la rutina cotidiana de cualquier español.
Y es que, para repetir en cualquier hogar del Estado la instantánea en la que se ve a los Príncipes jugando con las infantas alrededor de una mesa camilla, tendríamos que encontrar una casa con mesa camilla en la que nos dejaran entrar. Tendríamos que arrancar la Play Station de las manos de la primogénita, secar sus lágrimas, limpiar sus mocos y sedarla. Tendríamos que ponerle unos pantalones al cabeza de familia o, en el mejor de los casos, sacarlo a rastras del bar de la esquina, del bingo y/o del puti; darle uno o dos cafés; comprarle un jersey de cuello redondo y ponerle 50 euros en la cartera para que deje de ver el fútbol. Deberíamos preparar la cena de toda la familia para que la esposa pudiera arreglarse para la foto, apagar la tele o, por lo menos, quitar el “tomate”, y esperar a que la madre acabe de dar el pecho a la más pequeña. Con la menor habría que tener paciencia y esperar a que acabe de llorar, eructar y tirarse pedos. Y todo esto suponiendo que en la casa en cuestión no haya un perro en general y un Pit bull en particular. Una vez conseguidos estos objetivos podríamos plantearnos hacer la foto a una auténtica familia modélica española.
Si quisiéramos repetir la foto en el hogar de una familia joven, tendríamos que avisar con un par de años y suministrar una aspirina a la mujer y alcohol al marido (o bien drogar a ambos) para que la pareja se ponga a copular con el fin de tener hijas que puedan posar en la foto. Tendríamos que regalarle un jersey al padre, quien con su sueldo de mileurista tendrá que elegir entre la ropa y la mesa camilla. Tendríamos que esperar a que la madre llegue del trabajo donde se pasa 10 ó 12 horas al día para ganar 1.200€ (en el mejor de los casos) y, finalmente, deberíamos facilitar marihuana a toda la familia para lograr que tengan cara de felicidad.
Para repetir la instantánea en el hogar de una familia inmigrante, habría que esconder a las otras siete hijas en una habitación y a las otras tres familias que viven en la casa en el aseo. Sobornar al arrendador de la vivienda para que nos deje meter una cámara en el apartamento y asegurarle que no vamos a denunciar las usureras condiciones en las que alquila 40 metros cuadrados.
Definitivamente, los Príncipes no son de este mundo. Son de otro que tiene jardín.
El Pley
jueves, 24 de enero de 2008
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